El tira y afloja por el monumento al o del ex Presidente Sebastián Piñera ha impedido que su aprobación coincida con el primer aniversario de su muerte. Las rencillas pequeñas hablan muy mal de las miserias del ser humano, pero así es desde que el mundo es mundo.
En todo caso el debate me trajo a la memoria, por asociación de ideas, la entrevista que le hice a un gran estatuario que desgraciadamente ya no está: Galvarino Ponce, autor del Patricio Mekis y luego del cardenal José María Caro, que se levantan en el costado del Teatro Municipal y en el frontis de la Catedral de Santiago.
Militar, diplomático y escultor, se lo definía como monumentalista, pero él afirmaba ser un estatuario. Pero también, pintor. Recuerdo que al entrar a su taller no me encontré con Galvarino Ponce sino con la imponente figura del cardenal José María Caro. Un cardenal Caro, eso sí, esculpido por el dueño de casa. Ese rostro traslucía virtudes de un hombre de Dios: se adivina en él a un ser humilde, de oración, en que se encarnaban el cura de pueblo y el Príncipe de la Iglesia. Reflejaba un alma santa.
Por eso quizás no pude sino abismarme cuando con su hablar a borbotones, en un ir y venir de frases reflejo de su personalidad, el escultor me explicó que él era un librepensador.
Se definía como estatuario. Y un estatuario perteneciente a una familia laica, descendiente de radicales y masones, a quien se le encomendó la tarea de esculpir al primer cardenal que tuvo Chile.
Más me abismé quizás cuando me interioricé en las multifacéticas vocaciones de Galvarino Ponce: militar, diplomático, escultor (o estatuario, si prefería), pintor...
Según él fue un niño muy lector, muy antideportivo, muy enamorado y -aunque dibujaba bastante- no tuvo actividades artísticas deliberadas. Se recordaba como muy bueno, pero me aclaró que su familia pensaba distinto.
Galvarino Ponce y sus hermanos llevaban los nombres de sus tíos: Lautaro, Galvarino, Leocán (según él, un cacique de segunda categoría, mucho menos importante que Galvarino), Tucapel, Caupolicán, Tegualda, Fresia, Guale y Guacolda. A sus hijos les puso Galvarino y Leocán ( no hay mucho donde elegir: en Ercilla y Oña está toda la toponimia) y me explicó que tenía un nieto que era el cuarto de la serie de los Galvarino Ponce. Pero a su hija, bautizada en Fátima, le pusieron Gabriela de Fátima.
Me explicó, guardando esta última salvedad, que esos nombres se deben a una influencia liberal anticlerical, que trataba de acentuar lo chileno, lo antiespañol y también lo antirreligioso.
Luego me habló de su padre, a quien definió como polifacético: fue dentista, diputado termal, alcalde en el sur y terminó en San Bernardo con un negocio de harina tostada. Según me dijo, cuando Pedro Aguirre Cerda asumió la Presidencia, lo nombraron gobernador.
Sus antecedentes familiares y el ambiente militar que se vivía en San Bernardo fueron decisivos en la primera vocación de Galvarino Ponce. Ya capitán de Ejército, Galvarino Ponce fue designado en comisión a la Escuela de Infantería de Turín.
-Pero yo iba más a la Escuela de Bellas Artes que a la de Infantería.
Ahí hicieron crisis las dos vocaciones y al regresar a Chile se retiró del Ejército.
-Había sido un buen oficial y ahora yo quería ser un buen civil.
Se presentó a un concurso para realizar el monumento Abrazo de Maipú y lo ganó (suyos son también los de Pedro Aguirre Cerda, Pedro Enrique Alfonso y Patricio Mekis. Vendrían más tarde los del cardenal Raúl Silva Henríquez, Gabriel González Videla, Arturo Prat…). Y así estaría vinculado al arte hasta su muerte, en 2012 y a los 91 años.
Durante el Gobierno de Jorge Alessandri fue nombrado adicto cultural en Roma y tras una reestructuración del Servicio Exterior entró a la planta permanente como tercer secretario (ya tenía más de cuarenta años).
Durante la Unidad Popular aceptó ser encargado de negocios en Jordania:
-Entre el peligro de guerra en Medio Oriente o quedarme en Chile con Allende opté por poner un poco de océano de por medio.
Pero no aceptó más destinaciones. Dejó la planta del Servicio Exterior y me corroboró con humor:
-Me gustaría ser cónsul en Viña del Mar.
Lo nombrarían director de Asuntos Culturales de la Cancillería, pero tuvo que pedir un mes de permiso para avanzar en la escultura del cardenal Caro que se erigiría en el frontis de la Catedral de Santiago.
-Al igual que sus antepasados, ¿usted es masón?
-No. Soy librepensador. No soy militante de ninguna iglesia ni de otras organizaciones.
-¿Qué diría su abuelo si viera a su nieto esculpiendo al cardenal Caro?
-Le produciría un violento rechazo, tal vez. En su época no se habría concebido pues la lucha entre los grupos laicos y la Iglesia era sin cuartel.
-¿Quién es para usted el cardenal Caro?
-Personalmente tengo gran cariño por el cardenal Caro… a pesar de que también se caracterizó por luchas violentas contra la masonería. Pero encuentro que ha pasado mucho, mucho tiempo, desde los tiempos de mi abuelo hasta hoy.
-¿Cómo un librepensador ha logrado imprimir a la estatua esa piedad, esa generosidad, esa caridad que se traslucen?
-En la sensibilidad profunda del artista hay una forma receptiva especial que le permite enriquecerse de los atributos de un personaje, hasta hacerlo casi parte de sí mismo. Al final es como un autorretrato. Estoy muy consciente de que el Cardenal estaba lleno de humildad, de dulzura, de bondad. ¡Y esos atributos no son verdaderamente los míos! Pero cuando uno se empapa del personaje, las manos trabajan solas.
-¿Y no irá a triunfar el Cardenal y se va a producir una conversión del librepensador?
Rió y muy serio comentó:
-No tengo obstáculos. No quiero mistificar ahora mi postura, pero soy muy respetuoso de la Iglesia. No con el ánimo de hacer frases, sin embargo digo que al no tener yo la gracia, esa es una manera de ser des-graciado. No podría estar orgulloso de no tener fe. Lo lamento en el alma, pero realmente no la tengo.
-¿Qué significa en menos de un año hacer dos monumentos para el centro de Santiago?
-Un desafío. Patricio Mekis y el cardenal Caro son dos polos: uno es el hombre de acción. El otro, el hombre del espíritu. Una dosificación de detalles va produciendo, en cada uno, los caracteres.
-¿Su obra predilecta?
-Los padres encuentran más lindo al hijo menor. El año pasado era Mekis. Me empapé de datos. Estaba absolutamente mekizado. Ahora el desafío es mi Monseñor.
-¿Qué antecedentes suyos tenía?
-Muchos pensarán que soy malo de la cabeza, pero se han sucedido una serie de episodios insólitos. Provisoriamente los llamaré casualidades, pero tengo la sospecha que superan las casualidades. En febrero comencé a modelar lo que podría ser un monumento de Monseñor. Mi mujer me dijo: No te ofendas pero le encuentro la cara igual a la de tu mamá. Le contesté: Es mi mamá. Ella se parecía mucho al Cardenal y yo siempre le hacía bromas. Para mí fue muy fácil hacer la cara, porque yo repetía los rasgos que eran de mi madre, por supuesto con variaciones violentísimas como las cejas. Pero la nariz, la arquitectura de la cara, es la misma. Me acuerdo bien del Cardenal… Lo veo en esas ceremonias donde muchas veces desfilé. Su figura y ademanes producían gran atractivo.
-¿Siguen las casualidades?
-El 14 de febrero me llamó el señor Mario Sottorff (de la Comisión Pro Monumento) para encargarme la obra. Pensé que era broma, pero llegó a mi casa y me señaló que había visto el monumento a Mekis y que le interesaba que yo hiciera este. Lo llevé a mi taller y le dije: aquí está. Lo había hecho la semana anterior, en el aniversario de la muerte de mi madre, sin saber por qué. ¡Me orienté para continuar la obra con una fotografía arrugada y sucia del Cardenal que en esos días un ayudante mío se encontró en la gruta de Lourdes! La tengo en mi taller. Es increíble. Hay una serie de factores misteriosos.
-La mano del Cardenal, ¿no está un poco grande en la escultura?
-Creo que sí, pero pienso que el sacerdote, al dar la bendición, es a través de su mano que trasmite la luz de la Divinidad. Esa mano tiene que ser más que una mano.