SAMORÉ, INSTRUMENTO DE PAZ PARA EVITAR UNA GUERRA

 

SAMORÉ, INSTRUMENTO DE PAZ

PARA EVITAR UNA GUERRA

Escribe Lillian Calm: “Antonio Samoré evitó una guerra. Él fue nada menos que el representante de Juan Pablo II en la búsqueda de una salida al diferendo entre Chile y Argentina”.

¿Lo peor del año? Que el Presidente de Chile haya estado ausente de la conmemoración, en Roma, del Tratado de Paz con Argentina. El mandatario argentino, Javier Milei, tampoco viajó, lo sabemos, pero ese no es el tema. Mi Presidente, me pese o no, es Gabriel Boric  y hace cuarenta años, como he reiterado demasiadas veces, conocí como periodista muy de cerca los avatares vividos en el camino hacia ese momento histórico.

Por eso voy a seguir con el tema. Con lo que entonces me dijeron muchos de quienes hicieron posible la paz e imposible la guerra. Entre ellos destaca el cardenal Antonio Samoré, quien murió de un inesperado infarto en 1983.

¿Sabrán las nuevas generaciones siquiera el por qué uno de los pasos internacionales más importantes con Argentina hoy lleva su nombre? Tras su muerte, el entonces embajador de Chile ante la Santa Sede, Fernando Zegers, colocó, en conjunto con la contraparte trasandina,  una placa recordatoria en el monasterio de los carmelitas en Vetralia, a escaso kilómetros de Viterbo, donde está enterrado.

Antonio Samoré evitó una guerra. Él fue nada menos que el representante de Juan Pablo II en la búsqueda de una salida al diferendo entre Chile y Argentina, del cual el pontífice había aceptado ser el mediador. Llevaba cuatro difíciles años trabajando sin descanso en esa tarea cuando lo sorprendió la muerte, sin haber llegado a conocer la solución definitiva. Una eternidad, si se considera que apenas tres meses había demorado la mediación papal anterior: aquella entre Alemania y España por las islas Carolinas, que tuvo lugar a fines del siglo XIX bajo el pontificado de León XIII.

 

Con el Cardenal

Me habían invitado a París a cubrir las elecciones francesas en que triunfó François Mitterrand. No tenía una entrevista pre concertada con el cardenal Samoré, pero ¡en periodismo todo puede pasar! Y aunque el prelado llevaba meses y meses sin hablar, volé a Roma (ciudad que siempre me llama) y a instancias del delegado chileno ante el proceso, embajador Enrique Bernstein, el representante del mediador aceptó recibirme en su departamento del Vaticano, junto a su asistente, monseñor Faustino Sainz.

Fue a las seis de la tarde de un día miércoles, a escasos metros de la plaza de San Pedro, donde en esos mismos momentos Juan Pablo II recibía a fieles del mundo entero. Lo recuerdo demasiado bien, porque fue el miércoles anterior a aquel en que Ali Agca disparó contra el Papa.

Esquivé con dificultad a la multitud que se agolpaba para verlo y los guardias suizos me señalaron dónde se encontraba la plazoleta de Santa Marta. Toqué el timbre en uno de los departamentos de los edificios adyacentes y fue él, el cardenal en persona, quien me abrió la puerta.

Pastor de almas pero, al mismo tiempo, maestro de la diplomacia se cuidó bien, después de tantos meses de silencio, de hacer previamente ese mismo día unas declaraciones a Radio Vaticano y de invitar, también, a las seis de la tarde, a dos periodistas argentinos. Solo uno llegó puntual y el cardenal decidió esperar unos minutos al otro, tiempo maravilloso para conversar con él.

Me contó que su lema episcopal era Auxilium a Domino (la ayuda llega del Señor), y que este más que un lema es un programa. ¡Y qué programa! Me levanto a las cinco de la mañana, a las cinco y media oficio la Santa Misa, y a las seis y media ya estoy escribiendo a máquina.

Le pregunté cómo se había decidido por el sacerdocio: Mi mamá y el cura párroco de mi pueblo, cuando yo tenía nueve años, hablaron de esa posibilidad. El cura párroco le preguntó a mi madre: ‘¿Y éste chico no podrá ir al seminario?’. Y ella le respondió: ‘Preguntémoselo a él’. Y yo a mi vez pregunté: ‘¿Qué es el seminario?’. Me explicaron y dos años después entré al seminario. Así, ello se debió a la conversación entre una mujer sencilla y un pequeño cura.

Me dijo también que ser representante del Papa en la mediación es algo que me pesa sobre los hombros, pero que me entusiasma. Me pesa por la responsabilidad… Es de él, pero también mía. Pero Dios, que se sirve de todo para hacer cosas grandes, se ha querido servir de mí para ser instrumento de paz.

Ya llevaba calculados casi quinientos encuentros relativos a la mediación con ambas partes, tanto en el Vaticano, en Santiago y Buenos Aires. Tras comenzar a hablar del momento mismo en que se hallaban las conversaciones con uno de los periodistas argentinos (el otro demoró unos veinte minutos en llegar) y conmigo, se hizo a sí mismo una pregunta que se contestó en el acto. Destacó que el Papa es una autoridad moral para todo el mundo que no tiene igual. Y agregó: La pregunta es: ¿Tiene interés personal en la mediación? Les puedo contestar que sí. Como decimos aquí en Roma, ‘papale, papale’, es decir, un sí rotundo. En una reciente audiencia privada (había sido 24 horas antes) yo mismo le dije: ‘Padre Santo, me preguntan a veces si Vuestra Santidad tiene interés personal…’. Me ha interrumpido. No me ha dejado terminar la frase y me ha dicho que está ‘interesadísimo’. ¿Conoce el asunto? Yo diría que incluso conoce los detalles. Tiene un interés sumo en el buen éxito, no por él sino por los dos países.

 Siempre que el Papa se encontraba con el cardenal Samoré le preguntaba en qué iban: Cuando le digo ‘buen viaje” o ‘bienvenido’, antes de decirme ‘gracias’ me pregunta: ‘¿En qué vamos, en qué estamos?’ o ‘¿cuáles son las últimas noticias?’ Y eso ocurre siempre, como si yo tuviese escrita la palabra mediación en la frente.

La entrevista había terminado. El periodista argentino le pidió a su connacional que le prestara la grabadora para imponerse de esos veinte minutos en que él no había alcanzado a llegar. El que había llegado primero, que no era del mismo medio trasandino, le dijo que no. Que él tenía la culpa de haber llegado atrasado. Intervine y sin doble intención alguna le dije al rezagado que yo no tenía problema en prestarle mi grabadora…

El cardenal Samoré no dejó pasar el momento y juntando ambas manos musitó: Esto es lo que yo quiero lograr: la hermandad entre Chile y Argentina.

 

Lillian Calm

Periodista

26-12-2024

 

 BLOG: www.lilliancalm.com

Entradas populares de este blog

IGNORANCIA SUPINA

LA ZAGA DE NILAHUE… Y TAMBIÉN DE LOS BARAONA

FRAY FRANCISCO VALDÉS, PIONERO DE LA MEDIACIÓN PAPAL