No solo lograda; admirable es, a mi modo de ver, la semblanza que hace el académico y columnista Daniel Mansuy de Salvador Allende. Para mí leer su libro -cada capítulo puede constituir un ensayo en sí mismo-, me resultó incluso revelador.
Revelador porque quizás me ayudó a comprender, por fin, lo que yo misma viví durante esos años, con una perspectiva que no había encontrado en otros títulos sobre el mismo tema. Es esa lectura personal la que no puedo dejar de considerar al terminar la lectura y escribir esta columna.
Hoy, más de medio siglo después, Daniel Mansuy, me permite comprender mejor lo que observé en lo personal y desde mi profesión de periodista (conocí a Salvador Allende, como presidente del Senado, mucho antes de 1970). Por fin pude explicarme, en especial en algunos capítulos, cómo esa persona de carne y hueso, a mi modo de ver más bien con sus menos que con sus más, llegó al siglo XXI convertido, para tantos, en una especie de cuasi forjador de la Patria.
Pensé que iba a leer un libro más, entre tantos sobre el tema, pero para mí fue como si el autor me fuera explicando, página tras página, lo que traté de comprender, tantas veces sin lograrlo, en esos tres agitados y largos años de Unidad Popular. E incluso desde muchísimo antes.
En Salvador Allende, La izquierda chilena y la Unidad Popular, el autor escribe como si develara y muchos recordáramos, y aún entendiéramos, lo que sucedió. Leí sus páginas (también los escritos de terceros) como hechos históricos, pero también como si alguien me desentrañara sucesos esclarecedores de mi propio pasado, pero fuera lo que fuese reconozco que no pude dejar la lectura hasta terminar. Y por las página iban desfilando nombres protagónicos, como los de Frei Montalva, Aylwin, Prats, Altamirano…
Su capítulo titulado El vértigo de Salvador Allende es, al menos para mí, magistral, lo que no le quita ni un ápice el mérito a otros que se suman a estas trescientas cincuenta páginas. El autor considera que para Allende, había más en la vida que la revolución y, por lo mismo, era -a ojos de la estricta ortodoxia- un mal revolucionario (…) Llevaba dentro de sí un burgués que sabía disfrutar de la vida, y eso –nueva paradoja- lo protegió de la exaltación revolucionaria.
Y más adelante : A su manera Allende amaba el mundo y no anhelaba su destrucción. Exagerando el trazo puede decirse que era revolucionario, sí, pero lo era en la estricta medida en que es posible serlo de modo romántico, y sería difícil decir lo mismo de Lenin o del Che Guevara. En Allende, la revolución funciona más como horizonte que como acción inmediata. Sin embargo, y aquí le cabe enorme responsabilidad, llegó al poder sacando provecho de ese formidable equívoco, sin poder liberarse luego de él. Ni su talento ni su muñeca alcanzaban a tanto.
Me quedo reflexionando en esas nueve palabras… . Ni su talento ni su muñeca alcanzaban a tanto.
No todos quienes lean este libro, por supuesto, serán partícipes de mi propia perspectiva. Reconozco que no es una conclusión a la que muchos podrán llegar, simplemente porque quienes entonces no habían nacido no tuvieron la ocasión de conocer cara a cara al personaje de dos y más caras, que hoy no deja de sorprendernos convertido en leyenda y también en estatua a solo pasos de La Moneda.
En todo caso pienso que tal vez sean muchos los lectores del Chile actual que necesiten estas páginas esclarecedoras. Y no para leer un libro más. El mismo autor da la clave y me parece que lo deja entrever, en forma si bien sutil a la vez explícita, en la dedicatoria de su primera página: A mis hijos, que nunca dejan de preguntar.
Lillian Calm
Periodista
24-08-2023
BLOG: www.lilliancalm.com