Ha quedado vacante un sillón de la Academia Chilena de la Historia. Fue en una madrugada de la semana pasada. Lo ocupaba, desde hace dos décadas, Teresa Pereira Larraín.
No puedo decir que la haya conocido mucho, pero sí bastante.
Incluso antes de la pandemia asistí regularmente los martes a unas reuniones en su casa y siempre, lo que más me llamaba la atención, era que ella, aunque ya padecía algunas dolencias, después de una hora transcurrida, nos decía las dejo de dueñas de casa y partía. Tenía que partir. ¿A dónde? Al otro extremo de la ciudad: estaba citada a una sesión de la Academia Chilena de la Historia y no faltaba.
Jamás se la oía decir nuevamente reunión de la Academia o qué desagrado; tengo que bajar al centro .
Para ella ese centro constituía un núcleo esencial del Chile que tanto quiso, y al que le dedicó páginas y páginas de sus estudios y de sus libros.
Es que entendía de ciudades. De residencias y palacios antiguos. De costumbres.
También de casas de campo chilenas, a las que les dedicó varios libros como coautora. Todo con una cuidada rigurosidad histórica.
Almorcé más de una vez en su casa de campo chilena, situada en Mallermo, Colchagua adentro. Ahí sí que se la veía a sus anchas. Pero cuando mejor la conocí fue hace casi cuatro décadas, es decir, a mediados de los ochenta. Entonces la entrevisté largamente y varias veces en su casa de Vitacura. Yo estaba escribiendo un libro, El Chile de Pío IX, quien antes de ser elegido Papa, siendo un joven sacerdote, integró la misión Muzi. Esta debía llegar a Chile cuando gobernaba
O´Higgins, pero los imponderables llevaron a que recién lo hiciera en tiempos de Ramón Freire.
¿Cómo era Chile entonces, cuando llegó el futuro Papa?
Teresa Pereira se encargó de responder esa interrogante y con ella, investigadora y profesora del Instituto de Historia de la Universidad Católica (donde estudió antes de obtener un post grado en la Universidad de la Sorbonne), me adentré especialmente en la estructura social de esa época.
Se explayaba como si la hubiera vivido. Unos tres ejemplos:
-Pienso que la estructura de las familias principales de esa época era común a toda América. Muy sólida, tenía rasgos bastante característicos: era patriarcal y numerosa, y no solo en cuanto a hijos. Incluía a los muchos parientes, a los allegados y también a toda una clientela de pequeños artesanos y comerciantes que giraba a su alrededor (…) En algunas ocasiones las familias criollas constituyeron poderosos clanes, que tuvieron incidencia política.
- Y, ¿la familia campesina?
-Era también sumamente numerosa, pero de constitución más defectuosa, ya que debido a la ignorancia, a las distancias y a una cierta dejación, en muchos casos no contraían los lazos matrimoniales. Pero según testimonios de la época, la mujer era tratada con deferencia en el hogar y los hijos eran respetuosos con sus padres. Por otra parte, la conformidad de la mujer con su condición de vida era un rasgo muy propio. Más aún, mostraba con orgullo sus artes culinarias, sus trabajos de artesanía… En materia religiosa, hombres y mujeres tenían una fe espontánea, donde se entremezclaban terrores ancestrales, tradiciones indígenas y principios cristianos.
- ¿Cómo describiría el espíritu religioso de las familias criollas?
- Eran muy austeras, piadosas y de gran cohesión moral. Si bien ello puede parecer difícil de comprobar a través de una investigación histórica, está consignado en testimonios de viajeros que visitaron Chile en esa época y también en fuentes contemporáneas. A las seis de la tarde, a la hora de la oración, todos -donde estuvieran- se detenían un momento para rezar o hacer la Señal de la Cruz. Antes y después de las comidas se decía una oración. Asimismo, la dueña de casa reunía a sus hijos y sirvientes para rezar el rosario en familia. Esto prueba que existía una unidad religiosa practicante…
Para mí fue como vivir esos tiempos tan pretéritos. Qué maravilla poder conocer Chile como lo conoció ella. No solo cómo somos ahora, lo que le preocupaba y mucho, sino cómo fuimos entonces.
Al recibirla en la Academia, en 2003, el historiador Fernando Silva Vargas destacó su profundo amor por la historia y dijo que este iba “unido a una sostenida búsqueda de nuevos puntos de vista, de perspectivas originales para examinar el pasado, de ámbitos inhabituales en que el ejercicio histórico es no solo posible sino, también, fructífero”.
Así entendemos que, entre otros, sean de su autoría libros tan disímiles como:
El Partido conservador : 1930-1965, Ideas, figuras y actitudes;
Afectos e intimidades. El mundo familiar en los siglos XVII, XVIII y XIX;
y La Espada Extranjera en la Independencia de Chile, que alcanzó también a ver publicado.
En sus obras, en que sabe abarcar tantos pormenores, ni siquiera quedan fuera las penas de nuestros antepasados. Penas históricas que vuelven y vuelven al presente a través de las generaciones, y que hoy están tan latentes porque ella, Teresa Pereira, ha dejado vacío su sillón.
Lillian Calm
Periodista
20-07-2023
BLOG: www.lilliancalm.com