En periodismo podría decirse que hay una máxima. O, más bien, la hubo.
Así, se solía archivar material de relleno para enero y febrero, meses en que se suponía no pasaba absolutamente nada.
Pero eso era antes o, mejor dicho, mucho antes que antes. Porque cuando yo trabajaba en un diario, ¡por Dios que pasaban cosas en verano! Tanto que con medio contingente de periodistas también de vacaciones -como el resto de los mortales o de los lectores- apenas dábamos abasto.
Desde hace ya unos cuantos años ese material de relleno no tiene cabida. Hay veranos que suelen ser más movidos (no me refiero solo a horrorosos incendios y horrorosos terremotos) que, incluso, otras temporadas. Recuerdo por ejemplo, en febrero de 1986, el dramático accidente ferroviario de Queronque, a cuatro kilómetros de la Estación Limache. Iban unas cien personas a bordo (¿se puede decir a bordo?). Murieron cerca de sesenta pasajeros (incluso se discutió la cifra final de víctimas mortales) y esa se consideró la peor tragedia ferroviaria que se haya producido en Chile. Ahí estábamos, al pie del cañón, los que no habíamos salido de vacaciones.
Otro drama. Busco la fecha: 18 de febrero de 1990. Yo estaba invitada a veranear, a todo dar podría decirse, en una casa a orillas del Calle Calle. Significaba olvidarme del periodismo al menos por unos días, pero la verdad es que para un periodista-periodista eso no existe. Recuerdo que me llamó Pilar Vergara desde el diario y me informó de lo sucedido, apenas a escasos metros de donde yo me encontraba:
-Ándate a reportear y despacha luego.
Hoy, al parecer, eso ya no se habría dado. En estos tiempos recurriríamos a quizás qué ley de acoso laboral… Sin embargo en esos tiempos solo se pensaba en hacer periodismo, y ella y yo hacíamos periodismo.
Más pasajeros de la cuenta habían embarcado en el “Calypso”, con capacidad para solo 70 personas. Iban 105. Se dio vuelta de campana. Dejé de inmediato mi pose de veraneante (que, por lo demás, siempre me ha costado mucho) y retomé la mía: periodista de alma. Esos se convirtieron en días de reporteo in situ en que a ratos hasta olvidaba mi misión por consolar a esas madres que observaban por última vez a sus hijos, inertes en ataúdes pequeñitos y muy blancos, todos apilados ya no recuerdo dónde. Los periodistas también podemos quedar destrozados.
Y ¡para qué hablar de sucesos internacionales!
Pero prefiero no viajar lejos y observar esa incansable fábrica de noticias en que se ha convertido el Gobierno del Presidente Gabriel Boric, estén o no de vacaciones sus amanuenses. En este verano el fuerte lo ha protagonizado la Cancillería. La cuidadosa Cancillería de otrora. Es como si se lo hubiera propuesto.
No me voy a detener en esa grabación soez en que se convirtió la que debería haber sido una reunión a alto nivel en el gabinete de la propia ministra, porque ya se ha publicitado hasta el infinito. Pero qué agudeza la del columnista y ex canciller Hernán Felipe Errázuriz al comentar al respecto en El Mercurio: “Curioso, presente en la lamentable filtración se encontraba el simbólico escritorio usado por todos los Cancilleres, antes de don Andrés Bello, subsecretario de Relaciones Exteriores, autor de la inobservada Gramática Castellana para uso de los americanos, y del primer texto americano de derecho internacional”.
En esa reunión se produjo uno de los mayores auto-ultrajes a la tradición de política exterior chilena, es decir, a la que fue una respetada política de Estado que nada tenía que ver con administraciones de turno y que, de paso, en esta vuelta ha logrado crear reveses (sí, reveses es un término más suave) con las tres fronteras. Todo un récord. Digámoslo también elegantemente: a causa de desprolijidades.
No voy a sumar y sumar acontecimientos ad intra y ad extra de nuestras fronteras protagonizados en enero y febrero. No voy a hablar de la sangrienta guerra de Ucrania. Tampoco de otras lacras universales.
Me basta con mirar hacia La Moneda y su alarmante Ministerio de Relaciones Exteriores, situado a pocos metros del palacio presidencial, en lo que fue el afamado Hotel Carrera. Eso es casi mucho peor que cualquier otro drama.
Lillian Calm
Periodista
16-02-2023