El numerito indultos, foco de la atención nacional, al parecer echó tierra sobre el tema Sebastián Depolo, embajador de Chile en Brasil desde que Lula, saltándose toda práctica diplomática, le diera en persona el beneplácito al propio Presidente de Chile.
Cuestión de pareceres. Así, mientras en Brasil el novel mandatario Luiz Inácio Lula da Silva (novel, pero por tercera vez) no dudaba en recurrir al término terroristas para referirse a los actos con que supuestos bolsonaristas amenazaron el domingo la paz en Brasilia, el joven amigo suyo que había viajado especialmente a su asunción del mando le llevaba bajo el brazo, como muestra de buen comportamiento, el indulto a trece sujetos cuya conducta hoy tiene en tela de juicio a La Moneda.
Es comprensible: Boric es demasiado joven y necesitaba a un progenitor. Alguien que le señalara un rumbo o tan solo lo apadrinara. Más bien, un paterfamilias latinoamericano. El abrazo que le dio a Lula al asistir a su toma de mando, cuando recién despuntaba el año, lo dice todo.
Si rebobinamos, dos ausentes tuvo esa trasmisión del mando en Brasil: el ex Presidente de ese país, Jair Bolsonaro, y el embajador de Chile. Bolsonaro, porque voló a Miami para no entregar mando alguno; y el embajador… porque la Embajada de Chile todavía se encontraba acéfala (aunque con un encargado de negocios) en un país que, sin lugar a dudas, es el de mayor trascendencia en nuestra incierta América Latina.
Grave. Pero no grave por Brasil, que dilató y dilató el agrément pensando que en Chile -entre las autoridades, digo- por lo menos habría alguien que entendiera el modus operandi de la práctica diplomática… porque cuando un beneplácito se atrasa durante días, durante meses, ello solo significa un NO rotundo.
Pero, como ha trascendido, fue solo durante el encuentro Lula-Boric, y contra toda práctica diplomática, que el brasileño le dio el vamos a Sebastián Depolo, al parecer saltándose a la torera Itamaraty, la Cancillerías de las Cancillerías. ¿ O será que esta ya también tiene sus flancos, y está dejando atrás su ejemplar diplomacia y la política de Estado? ¿Se habrá influido por la vecindad de gobiernos ideologizados?
De los millenials, me aseguran, se puede esperar cualquier cosa. Y en vísperas de su encuentro con Lula, Boric -cual pequeño que lleva su libreta de notas a papá- pudo exhibir la nómina de su reciente indulto a moros y cristianos, como para mostrarle al paterfamilias su última hazaña.
Y Depolo fue confirmado como embajador.
Afortunadamente Talleyrand -definámoslo como padre de la diplomacia- murió en la primera mitad del siglo XIX y no alcanzó a presenciar este barbarismo.
Me aseguran que el canciller de Lula, Mauro Vieira, diplomático de carrera de 72 años, tiene un pero, ya que no suele esconder lo que no debería trascender dado su profesionalismo: su marcado lulismo.
El diario O’Globo le había preguntado antes del cambio de mando si se le concedería el agrément a Sebastián Depolo, el ex secretario general de Revolución Democrática y ex precandidato a gobernador por la Región Metropolitana y quien, quizás lo más importante, como dirigente del Frente Amplio respaldó la candidatura presidencial de su amigo Boric. Vieira respondió: “No veo por qué no se le otorgaría".
( Illo tempore, reporteando Cancillería, aprendí una máxima: hay cargos que se ofrecen para prestar servicios y hay otros que se ofrecen para pagar servicios prestados).
Especialmente en Brasilia, un embajador que no es de carrera (embajador a la carrera, los llaman) no tiene mucho que hacer. Tal vez, en este caso, buscar conexiones con el Partido de los Trabajadores o sindicatos, pero en esa plaza los embajadores de carrera son mayoría y ellos, incluso sin proponérselo, suelen conformar una especie de casta o elite más bien cerrada que no está acostumbrada -quizás porque desconfía- a intercambiar apreciaciones e información ( sine qua non en diplomacia) ante el par que no es diplomático.
Y así Chile pierde una invaluable fuente de información, ingrediente fundamental de toda política exterior.
Resulta que la carrera diplomática no es jauja, como se la imaginan demasiados diletantes. Se requiere (estoy hablando del buen diplomático) disposición de servir; ante todo saber negociar, ser sutil y a la vez veraz; disponer de grandes redes de contacto tanto en el Gobierno ante el cual se está acreditado, como con las otras sedes diplomáticas… y mucha discreción.
Podría seguir hasta el infinito enumerando condiciones que no las tiene cualquiera (como saber impulsar un creciente intercambio entre Chile y el país ante el cual se está acreditado), porque la diplomacia, por muchas décadas que transcurran, sigue siendo un arte, lo reconozcan o no quienes no son diplomáticos.
Lillian Calm
Periodista