Me marcó y mucho un título que leí en el diario español El Mundo. No es de ahora pero lo archivé y por eso puedo ratificar el año: 2015. Lo peor es que sigue sin estar pasado de moda.
Me quedo solo con el título para no abundar: “ El Quijote empleó casi 23.000 palabras diferentes. Hoy un ciudadano medio utiliza 5.000”. Eso en España.
No quisiera menospreciar a Chile, pero me atrevo a afirmar en forma categórica que los españoles utilizan más vocablos que nosotros, especialmente cuando desde un tiempo a esta parte los chilenos, y hablo en tercera persona porque afortunadamente en esto no me incluyo, usan un solo término para saludar al amigo, insultarlo y señalar, a la vez, con ese mismo término, cuanto sinónimo y antónimo pueda existir.
Archivé ese artículo de 2015 porque el año anterior había leído unas declaraciones de la educadora María Luisa Vial, quien junto a su marido, el historiador y ex ministro de Educación, Gonzalo Vial, fueron el motor del San Rafael, colegio subvencionado gratuito situado en Lo Barnechea. Ahí se educan un poco menos de mil niños, hombres y mujeres, con grandes resultados en el Simce y ya cuentan entre los egresados a muchos profesionales, incluso médicos.
Un día la educadora María Luisa Vial me había comentado que tenía una preocupación: temía, en el futuro (debido a nuevas disposiciones), no poder seleccionar a sus alumnos, porque a ella no le interesaban los primeros que llegaran a matricularse, sino los más pobres entre los pobres, aquellos que hay que ir a buscar, tal vez, a sus propios hogares. Esos que manejan escasos vocablos y a los que ella convertía en grandes lectores, porque como señalaría luego en una entrevista dominical de El Mercurio “una investigación de la Universidad de Chile demostró que un niño pobre maneja 75 vocablos a los 5 años y uno de familia normalmente culta, mil. Hay un handicap fuerte; más que material, una pobreza cultural que es la que más incide en el aprendizaje”.
Para ella los profesores de su proyecto eran “clave”, y se merecían libertad y autonomía, y buenos sueldos para poder ser profesionales responsables de sus alumnos en aspectos que van mucho más allá del académico.
No observaba lo mismo en la gran mayoría de los profesores dependientes del Estado. Y con esto no aludía solo a los bajos sueldos, sino a su falta de tiempo para preparar clases y corregir trabajos de los alumnos; a la falta de reemplazantes si enfermaban o se ausentaban por otro motivo, por lo que el que ya tenía un curso a cargo debía lidiar con dos; a la falta de un perfeccionamiento serio; a la falta de autoridad que impidiera actuar en casos de negligencia, de malos resultados o incluso de maltratos por sus alumnos (sin contar esos casos en que son blanco de críticas sociales e insultos de algunos padres). También consideraba el desafío de trabajar en un ambiente de vidrios rotos, llaves de agua que no cierran, y suciedad y fealdad extremas. En fin…
Para mí su gran valor era que no hablaba desde la academia ni desde la ideología, sino desde la experiencia vivida durante 50 años, 35 de ellos enseñando a los más pobres desde la mismísima sala de clases.
María Luisa Vial ya no está. Gonzalo Vial partió incluso antes que ella, pero sus hijos han tomado la posta.
En todo caso hoy me asalta una pregunta: se han preocupado las nuevas autoridades del Ministerio de Educación, que ya llevan más de medio año en sus cargos, de medir cuántos son los vocablos que maneja un niño en Chile?
Ni siquiera estoy preguntando si en esa medición se incluyen modismos no castizos que nada tienen que ver con el idioma castellano.
Sería interesante conocer la respuesta.
Lillian Calm
Periodista