¿Humor Inglés? ¿Británico? No es fácil, para quienes no han nacido en el Reino Unido, comprender su sutileza, pero con los siglos este ha devenido prácticamente en un must de su idiosincrasia. Tanto que libros y más libros procuran desentrañar su fina ironía.
En los últimos días he recibido decenas de exponentes y como, lamentablemente, mi columna no es gráfica no me queda sino contentarme con reproducir o explicar solo algo de su contenido.
Por eso, a buen entendedor…
Así me encuentro con esa ilustración en que una reina Isabel II débil y demacrada, pero siempre sonriente, aparece solo horas antes de su muerte, cumpliendo como siempre su deber de Estado hasta el final: saluda a la novel Primera Ministro Liz Truss, ahora ex. La creatividad de los humoristas hace que la Truss al darle la mano le diga a la Reina: “Al parecer usted no va a durar mucho tiempo”, y la soberana le responde: “Y usted, tampoco”.
En otras dos ilustraciones se observa la icónica residencia del Primer Ministro de Inglaterra: Downing Street número 10. Tiempo atrás se podía pasar por el frontis. Ahora toda la calle está resguardada por la policía.
Pero volvamos a la creatividad humorística. Sobre la puerta se lee airbnb y abajo “perfecta para estancias breves”. Ya casi todos sabemos qué es airbnb, pero por si acaso se trata de esa compañía digital que ofrece donde alojarse casi en todo el mundo durante un corto tiempo.
Y nuevamente, en otra ilustración, Downing Street número 10, pero en esta ocasión se ha removido la entrada tradicional para darle paso a una puerta giratoria.
Ahora, sin ilustración, me detengo en un comentario firmado por el ciudadano Alan McGuinness: “Mi hijo ha vivido bajo cuatro cancilleres, tres ministros del Interior, dos primeros ministros y dos monarcas. Tiene… solo cuatro meses”. Eso fue antes de que Rishi Sunak asumiera y aumentara el guarismo.
Tampoco hay que olvidar, al hablar de humor inglés, que no hace mucho la Reina nonagenaria tuvo la humorada de tomar té en Palacio con el oso Paddington, popular animalito de ficción y de peluche al que se le puso el nombre de la estación de trenes y que hoy se ha convertido en todo un personaje de la debilucha Commonwealth.
Finalmente con la ascensión de Rishi Sunak como Primer Ministro del Reino Unido, con ancestros indios (me refiero a la India) se volvió a dibujar la tradicional puerta de Downing Street 10. Esta vez el guardia algo malhumurado saca con un lazo a pasear a una vaca… el animal sagrado en la tierra de sus antepasados. Esa ilustración, por si acaso, no provenía del Reino Unido.
Pero el humor británico no es solo de ahora. Oscar Wilde, célebre escritor del siglo XIX, al llegar a la aduana de Estados Unidos señaló: “No tengo nada que declarar salvo mi talento”. Fue él quien al parecer dijo también que la moda era tan fea que por eso había que estar cambiándola permanentemente.
Otro grande es el irlandés George Bernard Shaw. Una frase suya, más que para reír, hace pensar: “No dejamos de jugar porque envejecemos; envejecemos porque dejamos de jugar”.
No me extenderé en tantos otros ejemplos que se me vienen a la memoria. Solo quiero referirme a una anécdota personal. Estaba yo en los primeros años de Periodismo en la Universidad Católica (segundo año, me parece) y el profesor de Redacción -nada menos que el escritor Guillermo Blanco, al que le debo tanto- nos pidió un trabajo sobre epitafios. Todos los alumnos partieron al cementerio y yo me limité a darle forma a una historia sobre un epitafio que había leído en Hyde Park a principios de los años sesenta. Había ahí (no sé si aún existe) un cementerio para perros, lo que en esa época era inusitado. En uno de los epitafios se esculpía: “A Fido, más noble que mis tres maridos”. Especulé cómo habría sido la dama inglesa que perdió a Fido y, también, especulé sobre esos tres maridos. Y Guillermo Blanco me puso un siete.
Lillian Calm
Periodista