TONTA DE REMATE

 

Lillian Calm escribe: “Al leer el texto de la propuesta constitucional entregada el lunes no me cupo duda de que si yo fuera estadounidense (no lo soy) y quisiera escribir un libro sobre Chile, específicamente del momento actual y la inefable Convención Constitucional (no pienso hacerlo), no me cabe la menor duda de que desde ese mismo momento me sentiría tonta de remate. ¿A qué me lleva esa apreciación? A que no entendería nada de nada”.

Debe haber sido asociación de ideas, pero lo cierto es que al leer los artículos de la propuesta constitucional que se va a plebiscitar el 4 de septiembre, no una sino muchas veces se apareció en mi memoria la gringa Sillie Utternut.

No me cabe la menor duda de que las nuevas generaciones no han oído jamás su nombre, pero en mi época hizo furor. Sin embargo, hay que aclarar, era una gringa de ficción. Una gringa cuyo nombre bien puede traducirse como Tonta de Remate.

Me estoy refiriendo a un libro que alcanzó nada menos que más de veinte ediciones y que no es sino un diario de viaje imaginario pero pleno de humor sano, chispeante y logrado -ese humor que ante tanta violencia y chabacanería, hoy parece haber desaparecido para siempre-, y que fue el resultado de la sociedad, si puede de denominarse así, que crearon dos grandes escritores chilenos que ya no están y a quienes conocí muchísimo: Guillermo Blanco, mi profesor de Redacción durante todos mis años como alumna de Periodismo en la Universidad Católica, y Carlos Ruiz-Tagle, casado con mi gran amiga Magdalena Vial, y autor de páginas únicas de la literatura chilena.

Fueron ellos quienes bautizaron a su personaje como Sillie Utternut mientras los nombres de ambos aparecen en la portada solo como sus simples “traductores” y no como los verdaderos autores.
Al leer el texto de la propuesta constitucional entregada el lunes pasado no me cupo duda de que si yo fuera estadounidense (no lo soy) y quisiera escribir un libro sobre Chile, específicamente del momento actual y la inefable Convención Constitucional (no pienso hacerlo), no me cabe la menor duda de que desde ese mismo momento me sentiría tonta de remate. ¿A qué me lleva esa apreciación? A que no entendería nada de nada.

Pero lo peor es que como chilena tampoco logro entender esos desaguisados que arremeten contra la Nación, las instituciones del Estado, la justicia (no tan justa ya que considera la coexistencia de varios sistemas paralelos), la salud (no hay objeción de conciencia), mayor protección para los animales que para un niño que está por nacer, educación (pasa por encima de los padres), consagración del aire como bien inapropiable y un cuantuay.

Tengo que reconocer que no es la primera vez que recorro las páginas de ese libro insustancial en mis columnas y que a mi, por lo visto, me marco para siempre.
Era tan insustancial que mostraba Chile a través del rápido reporteo que venía a hacer en terreno la protagonista. Poseía ese realismo del gringo que viene a vernos y que no entiende absolutamente nada de nada.

Como nos pasa ahora a la mayoría de los chilenos con el texto entregado por los constituyentes.
El supuesto libro de la gringa (apareció en 1962) se tituló Revolución en Chile, el fenómeno inexistente que se supone venía a fisgonear. Es que antes, el humor estaba inmerso en la política (de ahí el éxito de la fenecida revista Topaze, por ejemplo), antes de que nos convirtiéramos en un país deprimido, sucio, con monumentos lacerados, producto de violencia y más violencia. Y más violencia aún.
Leo y leo artículos de la eventual nueva Constitución solo para reafirmarme que no entiendo nada de nada y que, de veras, me debo estar poniendo tonta de remate. Tanto así que día tras día considero que Sillie no era, después de todo, tan tonta de remate como se nos quiere hacer aparecer hoy en día a los chilenos.

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Lillian Calm

Periodista

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