RAS – PUTIN

 

Lillian Calm escribe: “No traigamos a colación la historia de los Romanov ni tampoco la de Rasputín, cuyo homicidio le sería tan arduo a sus asesinos. Hoy se trata de Putin. ¿Sería este, en definitiva, el artífice de dejar a Rusia ‘envuelta en una nube negra e inmersa en un profundo y doloroso mar de lágrimas’, como vaticinó el primero?”.

“Envuelta en una nube negra e inmersa en un profundo y doloroso mar de lágrimas”. No es esta una predicción promisoria, pero así auguró Rasputín -quien acostumbraba a hablar bajo la forma de oráculos- al vaticinar el futuro su patria. De Rusia.

¿Habrá predicho con esa frase los asesinatos del zar y la zarina, como también de su descendencia?

¿O habría visualizado, quizás y en esa nube negra, la hoz y el martillo que sojuzgarían a su pueblo?

¿O, tal vez, predecía ya los horrores que protagonizaría Putin… sí, Vladimir Putin, a quien en un principio mirábamos, a pesar de su pasado KGB, hasta con benevolencia?

Ras – Putin…

Rasputín…

Ese singular personaje, fallecido solo meses antes de la Revolución Rusa, creía que podía predecir el futuro porque se las daba de ocultista y curandero, y lo fue para quienes creen en ocultistas y curanderos; y quizás el destino de los Romanov hasta habría sido distinto si no le hubieran dado tanto crédito. Solo quizás.

Aunque hoy hay quienes explican su influencia en la familia imperial como simple hipnosis.

Pero no traigamos a colación la historia de los Romanov ni tampoco la de Rasputín, cuyo homicidio le sería tan arduo a sus asesinos. Hoy se trata de Putin. ¿Sería este, en definitiva, el artífice de dejar a Rusia “envuelta en una nube negra e inmersa en un profundo y doloroso mar de lágrimas”, como vaticinó el primero?

Puede ser. Y él lo sabe. Por algo se protege en demasía, casi con delirio, según subrayan medios internacionales: sus protocolos de seguridad llegan a incluir a terceros como catadores de su alimentación. Es más, su formación KGB lo ha preparado para, según se lee también en la prensa internacional, a llevar a donde vaya hasta su propia sal, su propia pimienta y su propia servilleta para las diferentes comidas.

No está de más si se recuerda que a Rasputín le dieron vino y pasteles con cianuro… lo que, por lo demás, asegura la realidad o la leyenda, no le hizo efecto alguno.

Diarios europeos de prestigio -también estadounidenses- debaten sobre la salud psíquica de Putin. Han llegado a afirmar que vive en un bunker mental, y si bien en ese diagnóstico podría haber influido hasta la pandemia, es consecuencia principalmente de su vida personal. Sus padres biológicos (su progenitor habría sido experto en contraespionaje) al encontrarse en la indigencia, tras el asedio de Leningrado y la muerte por hambre de sus dos hermanos, lo habrían entregado en una especie de adopción. Incluso vivió en un orfanato. Su fascinación por el espionaje lo habría conducido directamente a la KGB.

Incluso se ha llegado a afirmar que uno de sus lemas ha sido “si quieres triunfar, los principios morales muchas veces son un estorbo”. ¿Qué será verdad de toda esta literatura que parece abundar ahora, con visos turbulentos, cuando sus ambiciones mesiánicas que no trepidan ni siquiera en un peligro nuclear, lo han llevado a invadir la patriótica Ucrania?

No sé qué porvenir le espera a Putin y con él a Rusia, aunque Ras-Putin lo haya vaticinado y, ya en décadas pretéritas, ese seudo profeta del pasado haya visualizado a su propia patria “envuelta en una nube negra e inmersa en un profundo y doloroso mar de lágrimas”.

 

 

Lillian Calm

Periodista

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