MI PRIMERA ENTREVISTA A LUCÍA HIRIART DE PINOCHET

 

Lillian Calm escribe: “La esperé (siempre se hacía esperar largo rato, aunque esa vez no fue tanto) y apareció seguida por tres o cuatro escoltas y un guardia armado que permaneció, este último, muy cerca de ella durante todo el ir y venir de preguntas y respuestas. Fue la primera vez, y me parece la última, que hice una entrevista en presencia de un guardia armado. Pero todo fuera por la noticia”.

Hace solo unos días, en plena contingencia ya no recuerdo si pre o post electoral, oí en la radio que había muerto casi centenaria Lucía Hiriart de Pinochet. Le gustaba que se refirieran a ella como la Primera Dama de la Nación.

La entrevisté varias veces. Incluso me encargaron que reporteara una gira presidencial y me centrara solo en las actividades de ella. En esa oportunidad, siguiendo su itinerario, conocí Coyhaique y Chaitén, y regresé una vez más a Punta Arenas.

Pero la primera vez que la vi en persona y la entrevisté fue en el piso 20 del edificio Diego Portales. Habían transcurrido unos tres meses desde el “Once” (11 de septiembre de 1973, se entiende) y ese era su estreno en la que llegaría a ser su oficina durante tantos años. Así, tras exhibir una y otra vez mis credenciales periodísticos, logré ascender a uno de los pisos más altos del edificio Diego Portales, el que había conocido cuando se llama Edificio de la UNCTAD y tuve que entrevistar a algunos embajadores durante esa cumbre internacional.

La esperé (siempre se hacía esperar largo rato, aunque esa vez no fue tanto) y apareció seguida por tres o cuatro escoltas y un guardia armado que permaneció, este último, muy cerca de ella durante todo el ir y venir de preguntas y respuestas. Fue la primera vez, y me parece la última, que hice una entrevista en presencia de un guardia armado. Pero todo fuera por la noticia.

Nota al margen, recuerdo que tras la cumbre internacional

de la UNCTAD esa torre fue rebautizada con el nombre de Gabriela Mistral, pero no tardaría en pasar a ser el Diego Portales, sede de la entonces recién asumida Junta del Gobierno Militar. El Palacio de La Moneda, tras los bombardeos del 11 de septiembre, debía ser remodelado. Historia breve, el nombre de Diego Portales dejaría a su vez el paso a Centro Cultura Gabriela Mistral o GAM, que permanece hasta hoy.

Delante del guardia, le hice mi primera pregunta a Lucía Hiriart de Pinochet:

-¿Se ha acostumbrado a esta medidas de seguridad?

-Al principio fue algo muy fuerte, pero ahora me siento muy bien acompañada. Así nunca ando sola. Me facilitan todo.

-Y cuando está finalmente sola, ¿logra distraerse?

-Trato de leer. Es lo único que me distrae. Me encanta la lectura psicológica y todo lo que se relacione con arqueología. En este momento estoy interesada en las leyendas incásicas y he descubierto cosas apasionantes. Fíjese que las “puertas del sol” de los edificios incásicos, que en algunas partes estaban revestidas de oro, nacieron de la Portada de Antofagasta. De ahí se remontan. Lo encuentro maravilloso: yo nací viendo la Portada.

Hija de abogado y nacida en Antofagasta, Lucía Hiriart conoció al subteniente Augusto Pinochet en San Bernardo.

-Un día, a la salida del colegio, me lo presentaron. Era un viejo para mí pero así y todo perseveró.

Tuvieron cinco hijos.

-¿Qué significa para usted, de un momento a otro (era la señora del comandante en jefe del Ejército y ahora del presidente de la Junta) pasar de su casa a ocupar columnas en la revista francesa Paris-Match?

-¡Es como mucho! Yo tengo un gran sentido de lo que es mi responsabilidad. Ha sido un trastorno completo en mi vida, porque me he dado mucho a lo que estoy haciendo. Realmente he dejado mi vida anterior muy a un lado y con bastante pena porque he sido una mujer muy de hogar, preocupada de mis hijos. Creo que más adelante tendré un poquito más de tiempo para ellos.

-¿Cómo transcurrió su 11 de septiembre?

-Lo pasé arriba en la cordillera. Me había ido con los chicos a la Escuela de Alta Montaña, en Río Blanco. Mi marido me había convencido de que los llevara a esquiar. Usted recordará que estaban sin colegio. Ese día, el martes 11, yo iba a bajar a Santiago porque les daba en Peñalolén un té a las señoras de los generales de todas las armas; de más está decir que ese té todavía no se ha podido hacer.

-Pero ese té, ¿no prueba una ignorancia absoluta de las señoras en relación a los planes de los maridos?

-Justamente. Todas estábamos felices con nuestro té. Gaby (la señora del general Gustavo Leigh, de la FACh), me había dicho dos días antes que sentía mucho, pero que iba a ir tardecito porque tenía otro té en que despedían a Sonia de Ruiz Danyau (ex comandante en jefe de la FACh). Convine con todas las señoras amigas en alargarlo con un traguito para esperar a Gaby. Y nunca fue.

-¿Y cómo vivió ese día?

-Pasé pegada al televisor y a la radio, esperando con gran inquietud la llamada de mi marido. Me llamó como a las siete de la tarde: me dijo que todo estaba tranquilo. Para mí fue un alivio. Ha sido la mano de Dios. En un principio pensé que los marxistas comprenderían que era un momento histórico y que debían aceptar por ser un clamor de la mayoría. No era algo realizado por los militares, motivado por ambición. Pero desgraciadamente no lo aceptaron así. Creía realmente que íbamos a seguir una vida de paz y de tranquilidad, la que desgraciadamente todavía no llega.

-Estamos en estado de guerra…

-Y es bien necesario.

-Usted acaba de mencionar la mano de Dios. ¿Qué puede decir de sus creencias?

-Soy profundamente católica y creo que, realmente, Dios está presente en nuestra vida en todo sentido, tanto en los menores detalles como en las cosas más importantes. Incluso hay algo bueno tras esos designios de Él que para uno aparentemente no tienen explicación. Todos aportan una riqueza espiritual o de otro tipo. Trato de vivir lo más cristianamente posible y tengo muy presente que con omisiones está pavimentado el camino del Infierno.

-¿Considera que las mujeres de los uniformados fueron decisivas en la acción de sus maridos?

-Creo que el respaldo y la fuerza moral influyeron, y que muchos hombres civiles que pueden haber estado dudosos de si esto era bueno o malo, hoy tienen el panorama claro por la influencia de sus mujeres. La mujer ha captado mejor este momento.

-Yendo hacia atrás, casi todos los militares se casan siendo tenientes. Cuando usted se casó, ¿qué grado tenía el general Pinochet?
-Recién había ascendido a teniente. En esa época el asunto era bien problemático porque se necesitaba una fianza especial: alguien, que no eran los padres, debía comprometerse a darle a uno determinada cantidad de dinero mensual. Un amigo, Edgardo Portales, puso a nombre nuestro una propiedad. Siempre hacíamos chistes y le decíamos que habría sido bueno hacernos los lesos y quedarnos con ella. Así nos pudimos casar. Ahora se abolió ese requisito.

-¿Es muy difícil ser señora de militar?

-Bastante (ríe) en ocasiones, pero en otras es bastante agradable.

-¿Cómo es la vida de guarnición? ¿Se acostumbran a los diferentes cambios geográficos?

-Justamente hoy día en el almuerzo estábamos recordando tantos cambios y tantos “incendios”, como les digo yo, porque cada cambio es un poco un incendio. Todas nuestras lozas están truncas y nuestros muebles, sin patas.

- Ustedes, ¿han recorrido todo el país?

-Hemos estado en muchas partes. Mi marido partía a donde lo mandaban. Estuvimos además en Ecuador integrando la primera misión que fue a formar la Academia de Guerra. Era mayor recién ascendido.

-¿Es efectivo lo que se dice: que las señoras ascienden de grado junto con el marido?

Volvió a reír.

-No. Yo considero que una no está en absoluto vinculada en ese sentido al Ejército. En otros aspectos, sí: sociales, espirituales, pero jamás en forma física. Al contrario: nosotros nos reímos mucho de algunas señoras que son medio “militaras”. Pero siempre hacemos bromas en el sentido que tenemos un grado más que el marido, aunque en el ámbito doméstico. ¡Eso sí! ¡Yo ya no sé qué grado puedo tener!

Rio nuevamente.

No fue esa la única entrevista que le hice a Lucía Hiriart de Pinochet. Vendrían otras, pero ya sin escoltas.

Y también recuerdo que en una de las entrevistas que le hicimos a Augusto Pinochet (esa vez fuimos Jaime Martínez Williams, María Angélica Bulnes, Víctor Manuel Muñoz y yo) nos pidió revisar el texto que escribiríamos. Con su puño y letra, él corrigió un solo punto. Nos había dicho, como en otra ocasión, que la Primera Dama no podía salir al jardín (ya en la casa de calle Presidente Errázuriz) con rollos en el pelo porque la veían de los edificios del frente. Que por favor esta vez no pusiéramos rollos sino bigudíes (qué palabra tan arcaica) porque se podían confundir con… los rollos del cuerpo.

Leo el significado de la palabra en el Diccionario de la Real Academia Española:

Bigudí -Lámina   pequeña   flexible  larga   y   estrecha  usada   para   ensortijar e l   cabello .

 

Lillian Calm

Periodista

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