Quizás esta sea la primera y última vez que escriba algo relacionado con el fútbol, porque la verdad es que no sé nada de fútbol. No obstante, y como muchos chilenos, busqué hace unas tres semanas en las páginas deportivas que, creo, jamás había abierto, antecedentes referentes a Ben Brereton.
Además de su decisivo gol, que le dio un aire de optimismo a nuestro alicaído país, me conmovieron dos hechos: el primero, que este futbolista británico de madre chilena se llevara la mano al corazón cuando en plena cancha se interpretó nuestra Canción Nacional; y, segundo, declaraciones de ella, de su madre Andrea Díaz, quien radicada desde hace años en el Reino Unido comentó que en cuanto su hijo, de veintidós años, regresara a casa lo primero que iba a hacer era aprender a cantar nuestra Canción Nacional.
Incluso un medio especializado, redgol, destacó el gran sentimiento de pertenencia (a Chile) de Brereton al escuchar la música. Y el título de redgol lo decía todo:
“Más chileno que la cazuela: Brereton se llevó la mano al corazón en el himno nacional de manera muy respetuosa”.
Por todo esto, cómo eché yo de menos a Ben Brereton el domingo pasado. Siempre con mi deformación periodística a cuestas, en la mañana del 4 encendí el televisor muy temprano para no perderme nada de lo que había sido vaticinado como hito republicano: la instalación de la Convención Constituyente.
No me voy a detener, porque ni siquiera vale la pena, en la parafernalia cuidadosamente trazada de antemano que incluía enfrentamientos en las calles. Eso estaba en el libreto. Pero lo que jamás imaginé es que personas a las que se ha elegido con la misión de escribir la futura carta magna de la república de Chile, supongo que también de forma premeditada, con gritos, pifias, chillidos y bullanga, acallaran los sones de nuestro himno nacional, interpretado en esa ocasión por la Fundación de Orquestas Juveniles.
Supe que en un principio se había pensado no incluirla en el protocolo de instalación, pero procedía. Y cómo no iba a proceder si se trata de la mismísima Canción Nacional que conocemos desde que tenemos uso de razón, que nos identifica con los que somos tanto en Chile como en el extranjero, y que una y otra vez realza desde actos cívicos a premiaciones escolares y deportivas, y muchísimas otras ceremonias. Y agrego: también partidos de fútbol, emocionando a un Ben Brereton, que ya sabe lo que significa ser chileno.
No puedo decir que la vergonzosa actitud de manada que se vivió esa mañana haya sido protagonizada por “los constituyentes”, como si se tratara de un solo bloque inculto e irracional. Hubo, por supuesto y como siempre, valerosas y respetuosas excepciones -me aseguran que de uno y otro lado- que procuraron cantar la Canción Nacional de Chile, pero cuya voz simplemente ni siquiera se oyó: fue ahogada por un desaforado y muy estudiado alboroto.
En los momentos en que observaba esa desenfrenada turbamulta y procuraba distinguir en el bullicio algún son de nuestra Canción Nacional, inconscientemente se me vino a la mente la imagen de esos futbolistas que respetuosamente, por muchas falencias que puedan tener, se llevan la mano al corazón al oír nuestro himno patrio. Y por supuesto se me vino también a la mente, y con mucha fuerza, la imagen de Ben Brereton, hasta hace poco un extranjero pero un extranjero que apenas hace unas semanas, en la cancha, le enseñó a toda una nación lo que verdaderamente significa ser chileno.
Lillian Calm
Periodista