No hay demasiado de que informar en los fines de semana largos y por eso el Presidente Sebastián Piñera le dio alpiste al canario al errar en un discurso precisamente cuando ya había disminuido el caudal noticioso.
En la Escuela Militar (exactamente en el patio Alpatacal) y al conmemorarse el Día de las Glorias del Ejército, señaló que el coronel Pedro Lagos entregó su propia vida en la toma del Morro de Arica.
De inmediato los medios tildaron el infortunio como metida de pata o piñericosa, en buen chileno.
Pienso que el Presidente no tuvo la culpa, sino que la culpa es absolutamente de aquel que le redactó el discurso, y si ha habido culpa presidencial esta se debe, quizás, a la elección y confianza que ha puesto en quienes lo asesoran y le redactan los discursos. No tienen prolijidad histórica alguna ya que el coronel Lagos no murió en la toma del morro de Arica, en junio de 1880, sino casi cuatro largos años después, en Concepción y en enero de 1884.
Aunque quizás también tenga culpa el Presidente debido a esa costumbre suya de hacer uso de la palabra prácticamente todos los días, lo que le quita no solo rigurosidad a lo que señala (no alcanza a leer todo lo que va a decir de antemano), sino que produce un cansancio inevitable en la audiencia nacional.
Los mandatarios se protegen precisamente para no meter la pata. No es el caso de Donald Trump… que suele meterla. O hasta de un De Gaulle, que en su visita a Chile, mareado por tanto itinerario, agradeció estar en ya no recuerdo qué país latinoamericano pero no en Chile.
Tanto discurso agota no solo a quien discursea sino al receptor. Se produce tedio y hasta un “busquemos la metida de pata”, porque eso le da color y respiro a la monotonía. Y, por supuesto, da tema para mucho.
Un mandatario no debe dar pábulo a que se rían de él. Jamás. Tanto así que el cientista social argentino Tomás Várnagy, especialista en análisis del humor político y quien es uno de los gurús que existen sobre el tema, ha llegado a puntualizar un concepto que, al menos a mí, me ha dejado reflexionando:
“Cualquiera sea el caso, el humor político puede servir para reforzar un sistema social o para desestabilizarlo; los chistes pueden ser una válvula de seguridad o convertirse –en palabras de George Orwell– en ‘diminutas revoluciones’ subversoras del orden establecido”.
Lillian Calm
Periodista
24-09-2020