Leí la mejor explicación de lo que hoy día está ocurriendo en Chile (además de la plaga pandémica) y debo aclarar que está muy lejos de ser la interpretación de algún gurú de Princeton o de Harvard, de Cambridge o de cualquier otro centro de estudios conocido por la rigurosidad y el acierto de sus pensadores.
La clave está dada en un antiquísimo salmo que viene a profetizar lo que está ocurriendo ahora, a dos cuadras de mi casa, y también en muchísimos otros puntos de nuestro país y del mundo: es el Salmo II.
Al leer hace solo unos días uno de los capítulos del libro “Hablar con Dios”, su autor Francisco Fernández Carvajal, además de explicar que ese salmo es contado entre los denominados mesiánicos, considera:
“Los primeros cristianos acudían a él para encontrar fortaleza en medio de las adversidades. Los ‘Hechos de los Apóstoles’ nos han dejado un testimonio de esta oración (…) Las palabras que el salmista dirige a Dios contemplando la situación de su tiempo fueron palabras proféticas que se cumplieron en tiempos de los Apóstoles, y luego a lo largo de la vida de la Iglesia y en nuestros días”.
Y enfatiza: “También nosotros podemos repetir con entera realidad: ‘¿Por qué se amotinan las gentes y las naciones trazan planes vanos? ¿Por qué tanto odio y tanto mal? ¿Por qué también –en ocasiones– esa rebeldía en nuestra vida…?”.
Chile, pensé de inmediato. Es decir, ese salmo mesiánico me retrotrae al Chile de 2020. Y logro por fin entender lo que no llegaba a comprender desde el 18 de octubre.
Y es entonces cuando decido reproducir ese salmo con rigurosa exactitud (total, hace bien leer los salmos). Dice así:
1. ¿Por qué se amotinan las naciones, y los pueblos meditan cosas vanas?
2. Se alzan los reyes de la tierra, y los príncipes se confabulan contra el Señor y contra su Ungido.
3. “Rompamos, dijeron, sus ataduras, y sacudamos lejos de nosotros su yugo».
4. El que habita en los cielos se reirá de ellos, se burlará de ellos el Señor.
5. Entonces les hablará en su indignación, y les llenará de terror con su ira.
Sigo:
6. «Mas yo constituí mi rey sobre Sión, mi monte santo».
7. Predicaré su decreto. A mí me ha dicho el Señor: «Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy.
8. Pídeme, y te daré las naciones en herencia, y extenderé tus dominios hasta los confines de la tierra.
9. Los regirás con vara de hierro, y como a vaso de alfarero los romperás».
10. Ahora, pues, ¡oh reyes!, entendedlo bien: dejaos instruir, los que juzgáis la tierra.
11. Servid al Señor con temor, y ensalzadle con temblor santo.
12. Abrazad la buena doctrina, no sea que al fin se enoje, y perezcáis fuera del camino, cuando, dentro de poco, se inflame su ira. Bienaventurados serán los que hayan puesto en Él su confianza.
Sí. En Chile ahora mismo, en este siglo XXI, se ha llegado a incendiar, a profanar, a saquear iglesias. Y a tanto más. ¿No está en el Salmo II la explicación de todo? Repito: “¿Por qué se amotinan las naciones, y los pueblos meditaron cosas vanas?”.
Comenta Francisco Fernández Carvajal:
“Desde el pecado original no ha cesado un momento esta lucha: los poderosos del mundo se alían contra Dios y contra lo que es de Dios. Basta ver cómo la dignidad de la criatura humana es conculcada en tantos lugares, las calumnias, las difamaciones, poderosos medios de comunicación al servicio del mal, el aborto de cientos de miles de criaturas que no tuvieron opción alguna a la vida humana y a la sobrenatural para la que Dios mismo los había destinado, tantos ataques contra la Iglesia, contra el Romano Pontífice y contra quienes quieren vivir y ser fieles a la fe… Pero Dios es más fuerte…”.
No dejemos fuera la antífona del Salmo 2: “Su reinado es sempiterno; y todos los reyes le servirán y le acatarán”.
Pero, ¿y esa ira de Dios de que habla el salmo? ¿Qué Dios es iracundo? Me remito nuevamente a Fernández Carvajal y él, a su vez, lo hace a San Agustín: “San Agustín, al comentar estos versículos del salmo, hace notar que también se puede entender por ira de Dios la ceguera de mente que se apodera de quienes faltan de esta forma a la ley divina. No hay desgracia comparable a desconocer a Dios, a vivir de espaldas a Él, a la afirmación de la propia vida en el error y en el mal”.
Y agrega ya no con palabras del santo de Hipona:
“No obstante, a pesar de tanta infamia, Dios es paciente y quiere que todos los hombres se salven (…) Con todo, el tiempo para disponer de la misericordia divina es limitado: luego viene la noche, en la que ya no se puede trabajar. Con la muerte acaba la posibilidad de arrepentimiento”.
Explica el autor que “el salmo termina con un llamamiento para que nos mantengamos fieles en el camino y en la confianza en el Señor” y recuerda que el Papa Juan Pablo II señaló como una característica de este tiempo nuestro la cerrazón a la misericordia divina. “Es una realidad tristísima que nos mueve constantemente a la conversión de nuestro corazón; a implorar y preguntar al Señor el porqué de tanta rebeldía”, escribe Fernández Carvajal.
Leo esto cuando el mundo le vuelve las espaldas a Dios, pero también cuando la Iglesia inicia el tiempo de Cuaresma, tiempo de conversión.
Lillian Calm
Periodista