Según leí, la última encuesta CEP le asigna al Congreso Nacional solo un tres por ciento de confianza ciudadana. Me pareció poco, poquísimo, paupérrimo, y decidí interiorizarme más.
Desde ese momento me di un tiempo para seguir los debates parlamentarios sobre los más diversos temas que se han discutido tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados, y llegué a una conclusión inimaginable: ese porcentaje, a pesar de la seriedad que tiene la encuesta CEP, que mide las tendencias de la opinión pública, da la sensación de estar inflado porque por desgracia, a juzgar por las declaraciones de los honorables y también por sus erráticas acciones, objetivamente, el apoyo a los congresistas en Chile no debería ser más de, apenas, un menos tres por ciento. En suma, seis puntos más abajo de lo que refleja la medición dada a conocer en enero por el Centro de Estudios Públicos.
Para llegar a esta conclusión, muy poco científica pero muy real, ni siquiera me fijé en la puesta en escena que elucubran esos parlamentarios seguramente elegidos por el azar de la ley del birlibirloque que, para llamar la atención, optan por disfrazarse para hacerse notar en el Parlamento. Claro: no tienen proyectos; no saben ni siquiera tomar parte en una discusión política, no presentan aporte alguno, pero son los magos de la farándula.
No. Estoy hablando de los que se toman en serio y no se disfrazan. No voy a generalizar porque los hay -y siempre los ha habido, claro que actualmente son apenas una minoría-, quienes tienen conciencia de su estatus y sus deberes ante su misión de legisladores, su electorado y el país. Pero me refiero a los que solo buscan el Poder Legislativo para boicotear, destruir, hacer daño y estancar.
Un solo ejemplo: los que usufructúan del recurso de las acusaciones constitucionales sin ni siquiera haber leído en qué consisten, qué condiciones exigen y cuál es su real objetivo. Y así en vez de decisiones serias observamos un Congreso que confabula una verdadera catarata de acusaciones constitucionales, que tal vez vuelvan a lanzar al ruedo ahora que comienza marzo.
Recuerdo el Congreso de antaño. Qué diferencia. Qué preparación la de los parlamentarios de los más distintos partidos políticos. Ahora pareciera que todo es chanza, oportunismo; en una palabra, mediocridad.
Sí. Mejor dejemos el porcentaje de confianza ciudadana en un menos tres por ciento (-3%). El tres (3%) por ciento no se lo merecen.
Lillian Calm
Periodista